El asesinato en días pasados del periodista Luis Carlos Cervantes en Tarazá (Antioquia), después de haber recibido amenazas por denunciar vínculos entre alcaldes de su municipio y las bacrim, hace que de nuevo me plantee la pregunta.
Este país está lleno de periodistas valientes que convencidos de su oficio se enfrentan a los más poderosos, sin más defensa que una grabadora y una libreta de apuntes. Y dentro de estos, tal vez los más valerosos son quienes hacen su oficio en lugares recónditos, detrás de una emisora comunitaria, de un periódico regional o de un canal local, tratando de mostrarles a quienes viven en su comunidad cómo se roban sus recursos, quiénes se disfrazan de prósperos empresarios siendo mafiosos y cómo los políticos pagan sus favores.
Pero en este oficio, muchas veces, es sobre estos periodistas donde recaen las malquerencias, las amenazas y, en casos como el de Cervantes, la muerte misma. Gran responsabilidad de esta situación la tiene la ineficiencia de la Justicia y de los entes de control, que no se inmutan frente a las denuncias y dejan que la impunidad se convierta en la principal aliada de estos delincuentes. ¿Vale la pena? ¿Acaso hay algún ser humano que disfrute perder la tranquilidad y ganarse enemigos sin nada a cambio? Y sigo respondiendo que sí. Sí vale la pena, porque sin estos periodistas convencidos de que callarse es convertirse en cómplice, Pablo Escobar sería presidente, Mancuso congresista y los falsos positivos seguirían siendo simples bajas en combate, por decir cualquier cosa. Sí, gracias a este periodismo el país es un poquito mejor, así sea algo mínimo.
Esta columna solo pretende reconocer el trabajo de todos esos periodistas que mientras corren detrás de una buseta para regresar a casa, después de haber publicado una denuncia que sabe les puede costar mucho, incluso la vida, siguen pensando que este oficio vale la pena. Y sí que la vale.
Tomado de: vanguardia.com
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